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Matahambre: weblog de Ramón Brizuela Roque

Nuestra querida y vieja Pinar

Nuestra querida y vieja Pinar

Primero los guanahatabeyes, indígenas con secular atraso según los investigadores; luego los peninsulares españoles, seguidos de los criollos con el germen de la incipiente nacionalidad cubana, más la mezcla con negros que atados de pies y manos traían de África para sacar el azúcar de la caña y luego, como piezas desechables, abonar los fértiles campos.

A esos se sumaron chinos y mucha gente de desconocidas nacionalidades que se fueron confundiendo en el gentilicio de vueltabajeros, para dar al país una provincia -hace 436 - que con su origen tan pobre se ganó el apelativo de Cenicienta.

Pero Cenicienta de ropas y joyas, aunque rica en ideas y pensamiento, en historia y patriotismo, porque de su seno salieron Tranquilino Sandalio de Noda, Rafael Morales, Cirilo Villaverde, los hermanos Lazo, Isabel Rubio, Adela Azcuy, Magdalena Peñarredonda hasta formar una constelación de hijos ilustres para orgullo de los pinareños de hoy.

Quizás su andar fue lento, tardío, aunque su suelo fértil fue preferido por los tabacaleros, que por los avatares políticos se movieron desde La Habana hacia el oeste; es probable que en los inicios las personas acomodadas como se le llamaba antiguamente desconocían de las bellezas de Soroa, Viñales y todo el lomo de la cordillera de Guaniguanico, a cuyo pie reposan los hermosos valles.

 

Pues así nació Pinar del Río, en sus inicios Pinal, pero que en nada le afectó esa modificación de nombre, y sí los daños que sufrió en la llamada República que medió entre la salida de los españoles en 1898 y el triunfo de la Revolución en 1959.

Y aunque el asunto que nos convoca hoy es de alegría, no podemos olvidar que en el sufrido Vueltabajo se ensañó el general Valeriano Weiler, cuando dictó su Bando de Reconcentración para privar a los insurrectos mambises del apoyo de los campesinos y de los poblados mal llamados urbanos.

Sin embargo, esa sangrienta medida fue transitoria y ahora, 140 años después, los pinareños que heredamos esa historia acumulada de indios, españoles, criollos, mestizos, festejamos cuando el 10 de septiembre de 1867 la Reina de España libró el real Decreto para conceder a Pinar del Río el título de Ciudad.

No serán fiestas fastuosas, al parecer los pinareños de ahora no hemos sido capaces de lograrlas; tampoco habrá derroche de recursos, ni verbenas, tómbolas y ferias, pero sí estará de fiesta el corazón de cada ciudadano, que independientemente donde se encuentre, recodará con nostalgia a su Pinar o al Vueltabajo querido, con su río Guamá, que aunque modesto es nuestro Sena, Nilo, Támesis, Danubio o Mississippi.

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