Encontré a un hombre sincero
Quizás el final del año haya sido el mejor momento para esta crónica, porque las palabras de una persona del pueblo –que sinceramente no conozco- nos ofrece muchas lecturas y todas deben ser aprovechadas de manera favorable.
Por vez primera, en casi 46 años, alguien me comenta: "leo todo lo que usted escribe, pero no me gusta", a diferencia de los que dan palmadas en el hombro, este hombre fue sincero, no había dudas de que se mostraba extremadamente sincero.
Lo demás, que piensan diferente, también lo son, pero el hecho de negar exige de un acto de voluntad y responsabilidad especial.
Y lo que me preocupa no es mi calidad, porque a ciencia cierta no sé si evaluaba mi ejecutoria o la del periodismo nuestro, tan criticado y defenestrado durante largo tiempo.
Al parecer su razón no es personal, realmente estamos lejos de lo que el pueblo reclama de nosotros. Debemos ser más suspicaces a la hora de opinar, bajar a la profundidad de los problemas y constatar con varias fuentes, algo que no hacemos y es resulta criticado por los académicos del sector.
No bastan las oraciones bien concatenadas, los párrafos repletos de citas y halagos, cuando faltamos a la esencia del mensaje; por eso nos reclaman mayor objetividad en el análisis y, a la vez, desprejuiciarnos, más que palabras bonitas y una gramática admirable.
Esta despedida del año es muy necesaria, aparte de lo que digan los Lineamientos y nuestras reglas internas de la Unión de Periodistas tenemos un mundo por hacer; todavía nos falta por decir e incluso estamos en deuda con los organismos rectores de la sociedad.
La dirección del país nos llama a explicar, a argumentar y a hurgar en las interioridades de las cosas; a derribar los tabúes que en verdad existieron y de los que hay reminiscencias, pero tenemos las otras limitaciones, esas de temer al qué dirán y esperar a que alguien nos pase la seña aprobatoria.
Todo se puede decir, si se sabe decir; el pueblo lo agradecerá y las instituciones también. El periódico es una herramienta para informar, educar y convencer, pero si no lo hacemos bien, de nada vale el esfuerzo.
Si nos seguimos contentando con el elogio, con la mirada aprobatoria, con la tranquilidad de no buscar el regaño por miedo a entrar en la polémica, muchos serán a los que no les guste lo que hacemos.
La gente quiere valoraciones profundas, reflexiones inteligentes, aclaraciones a diferentes niveles, porque el periodista tiene esa función social, la de enlace entre la base y la superestructura.
¡Qué regalo me hizo esa persona! Repito no sé quién es, quizás un intelectual, un profesional de las ciencias, un obrero, dirigente, o un oficial de una instituciones armada, pero con sus palabras me dijo muchas cosas y la primera que interioricé es que cuando imagines estar haciendo bien las cosas, entonces hazlas mejor.
No nos atengamos a las Leyes de Murphy, revirtamos el concepto de "si algo anda mal, seguro se pondrá peor". Nuestra misión no es esperar a que las cosas empeoren, demos la vida por remediarlo.
La sinceridad es la mejor virtud de un ser humano, por lo tanto ese hombre que encontré debe ser muy rico, porque goza de la gran riqueza de la honestidad: nos dejó la gran tarea a los periodistas para ser más convincentes.
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