Nacido por segunda vez
*Una prueba de abnegación y valor: caminar por el fondo cenagoso de una presa, nadar casi 800 metros con un arpón de pesca submarina, de ocho milímetros, encajado en el vientre y esperar la llegada de la salvadora Patrulla de Carretera y la ambulancia de SIUM, que lo pusieron en manos seguras en el Hospital Abel Santamaría.
Rigoberto Machín León vino al mundo el siete de marzo de 1971 y su segundo nacimiento fue el 14 de abril del 2009, alrededor del mediodía, en la presa El Jíbaro.
En sus 38 años quizás este hombre no vuelva a tener un susto igual, cuando pescando submarino en la presa El Jíbaro, su compañero de faena disparó su potente escopeta de aire comprimido contra la tilapia blanca, que aparentemente revoleteaba en el fondo.
La tilapia fue atravesada en el acto y Rigoberto sintió el fogonazo de un verdadero rayo un poco más arriba de la cintura, muy próximo a su columna vertebral: el pez, capturado minutos antes estaba atado a su cintura, como práctica habitual de los submarinistas.
Cuando emergió, su amigo turbado no se explicaba como había sido posible el accidente, pero el sólo le pidió calma… tranquilidad.
Así empezó una odisea que se extendió desde cerca de la una y media de la tarde del 14 de abril y a altas horas tuvo un desenlace feliz en un quirófano del Hospital Abel Santamaría, después de la intervención solidaria de muchas personas, en este caso verdaderos héroes anónimos, que en diferente medida devolvieron la felicidad a una familia.
En la Isleta
Ahora, en la sala del hogar, rodeado por su padre Rigoberto Machín Alonso, jubilado del MININT; su esposa María Caridad Carmona y su pequeña María Carla, de dos años y medio, porque Gretel de seis estaba ausente, este hombre, joven y corpulento, que en sus días laboriosos rinde como agente de seguridad y protección del SEPSA, nos va a narrar su odisea.
“Cuando recibí el impacto y emergí le dije a mi compañero, hay que tener calma. Salimos para una isleta en medio de la presa y él quería ir a buscar ayuda, pero me opuse, no podía quedarme solo sin saber si sufriría un desmayo.
“Razoné en voz alta: ¡si caminé hasta aquí no tengo la columna vertebral dañada!, así que tenemos que nadar hasta la orilla, eran como 800 metros y eso hicimos, lo más difícil fue salir porque estaba cenagoso y me caía.
“Encontramos primero a un hombre y le dije a mi compañero: este es el que nos va a ayudar; luego notamos que en la vieja escogida, allá en el 13
de la carretera a Viñales, había gente trabajando, los que salieron inmediatamente con ánimo de ayudar.
“Pedí por favor que cortaran la tilapia, porque aunque atravesada estaba viva y en cada coletazo me llegaba al alma, yo sentía la punta de la saeta por dentro en el pecho…
“Uno salió en bicicleta para la carretera, pero viró al rato con la mala noticia de que ningún carro paraba; otro fue a la escuelita cercana a llamar por teléfono, pero en cuanto descolgó se le acabaron los minutos, era un TFA de 400 minutos.
“Hubo un momento de respiro, llegó un carrito estatal azul, nadie se fijó a donde pertenecía, venía con el chofer una mujer rubia, ella solo dijo, yo trabajo en Salud Pública: “Como está, ese hombre no se puede mover de ahí”. Dieron media vuelta y se fueron.
“Al fin llegó un compañero con motor con sidecar; él pensaba que era otro tipo de accidente, y como no era posible montarme, sacó un celular e hizo las llamadas necesarias.
“Lo primero que llegó fue un jeep de la Patrulla de Carretera, me acomodaron en el espacio de atrás entre asientos, porque la varilla no me dejaba sentarme ni acostarme y así en cuclillas era como único podía estar. La puerta no cerraba por el largo del arpón y aquel mulato decidido y enérgico dijo: “No podemos perder más tiempo, agarren esa puerta que nos vamos así.
“Entonces llegaron los de SIUM, evaluaron rápidamente la situación, yo no sangraba, pero me faltaba fuerzas. Les pedí por favor que me dejaran en el jeep, que ya estaba acomodado y ellos decidieron condición que nos iban escoltando… hicieron todas las coordinaciones y se limpió la carretera, incluso se había controlado hasta el paso por el semáforo próximo al hospital viejo.
El dilema: cortar el arpón
“Ponerme en una camilla fue un problema, pero el peor era que no había forma de acostarme boca arriba…
En esta parte del relato interviene su padre, quien continuará con el resto de este dramático hecho:
“El problema era como colocarlo, hasta que surge la idea de unir dos mesas y que el arpón quedara en el medio, eso lo verán en las fotos. Después cómo cortar la punta para sacar la varilla, imagínense algunas sugerencias eran verdaderas locuras.
“Le pregunto al médico de si era posible abrirlo y luego buscar la solución, y una mujer dijo que tenía amigos en los bomberos y que los llamaría, “pues ellos tienen herramientas”.
“Efectivamente, llegaron dos bomberos con su equipo, esperaron a que empezaran a operar y cuando el cirujano lo estimó se pusieron ropa de salón y con una tenaza especial cortaron la saeta si moverla ni un centímetro.”
“Les digo, hay tanta gente a la que deseamos agradecer; esos compañeros de la escogida, a los de la Patrulla de Carretera, a los del SIUM, a los Bomberos, a todo el personal del Hospital, bueno especialmente a ese equipo que lo operó y a los que siguieron con la curaciones.
Un consejo
Después de tantos días, fuera de peligro, con tiempo suficiente para pensar, Rigoberto nos comenta:
“Para el que pesque submarino todas las precauciones son pocas, ese día la visibilidad era de solo de 30 o 40 centímetros, porque el agua de las presas es turbia.
“Esto me enseñó que hay que tener mucho cuidado, que un accidente es posible y hay que evitarlo. No siempre el final es feliz.
Comentario médico
El equipo de guardia en ese momento estaba integrado por los doctores Ernesto Andino Ruibal, jefe de team; Iroel Santos Portela, cirujano; Juan Antonio Pérez Menéndez, angiólogo; Emilio Díaz Gener, anestesiólogo; y los enfermeros de salón Luís Felipe Martínez y José Luís Hernández.
Andino reconoce la oportuna acción de todos porque indudablemente, dice, “Era un accidente con riesgo para la vida: más de dos horas de operación y lo relevante fue recibir a una persona atravesada con un arpón, una varilla extraordinariamente grande en el abdomen, donde imaginas que pueden haber grandes problemas, por encontrarse los intestinos, el colon, grandes venas como la aorta y la femoral, además de los vasos femorales, que de ser dañados provocan la muerte en breve tiempo, aparte de que había pasado muy cerca de la columna vertebral.
“Requerimos de ayuda para cortar el metal y previmos la presencia del angiólogo, por el temor a los daños arteriales.
“Hubo lesión de los meso, lugar por donde entra la sangre a los intestinos, pero estos propiamente no se afectaron, pues eso significaría complicaciones, que por suerte no las hubo.”
No hay dudas de que fue un magnífico trabajo, que quizás por modestia el personal médico no exalte, pero la familia lo reconoce y está tremendamente agradecida.
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