Mi reino por un jonrón
Por Ramón Brizuela Roque
Del inusual acontecimiento conocimos en el más reciente libro titulado Nosotros los peloteros, del pinareño Juan Antonio Martínez de Osaba y Goenaga, quien ya nos tiene acostumbrado a su literatura beisbolera, y de cuya pícara narrativa, mezcla de historia y fantasía, salieron El Señor Pelotero, El Niño Linares, Cosas de la pelota (de Cooperstown a Las Minas), Evolución y desarrollo del deporte (Del siglo XIX hasta Sydney 2000), y Cultura Física y Deportes: Génesis, Evolución y Desarrollo. (Hasta la Inglaterra del siglo XIX).
Sin embargo, en esta larga crónica, hoy lo menos que nos interesan son sus libros, sino el autor, quien preferiría cambiar su reinado literario, magisterial y profesional por el de haber sido un buen “jonronero”, al estilo de Casanovas, Omar Linares, Antonio Muñoz o Cheíto Rodríguez…
Dicho con sus palabras, “regalo todas mis medallas, condecoraciones, premios y libros… y me conformaría con haber pegado unos cuantos jonrones en mi carrera deportiva, a la que penosamente pude agregar solo uno, un feliz día, allá en Sumidero, como un homenaje a Teté Millo, el simpático viñalero, nacionalizado minero, que curaba “ojos de pescao”.
A Juany Osaba, así de simple, poco le importan los títulos, Profesor Titular y miembro del Consejo Científico Asesor del Instituto Superior de Cultura Física Comandante Manuel Fajardo, colaborador de la Academia Olímpica de Cuba, ensayista y crítico, Premio Internacional Teobol e Ingeniero Alejo Peralta, México, 2003.
Sin embargo, ¡cómo saborea su Peña deportiva el segundo viernes de cada mes, a las cinco de la tarde, en la casa editorial Loynaz!, y con cuanto entusiasmo agradece el apoyo a su director Juan Ramón de la Portilla. Y qué amor pone en su Almanaque Deportivo, de Radio Guamá, aparte de la dedicación a las aulas en la Facultad de Cultura Física Nancy Uranga, de Pinar del Río.
La lógica de ambas pasiones está en su sangre: el espíritu de maestro heredado de su madre Nora Esther Goenaga Nodarse, educadora por excelencia, que supo inculcar valores en sus hijos Juan Antonio, el mayor, y los restantes Francisco José, mejor conocido por Panchy o El Catibo, otrora manager de Vegueros y hoy entrenador del equipo de Colón, en la República de Panamá, y Tito, - José Antonio -, el promotor cultural de la familia.
La pelota le llegó por su padre, también llamado Juan Antonio, quien con la dignidad de sus 85 años no pierde jamás un juego de pelota, quizás como remembranza de cuando en su natal Matahambre, además de pelotero y revolucionario, era oficinista de aquel emporio de la American Metals Company.
De aquella alianza de sangre cubana de Nora y de ascendencia italiana de Osaba, nació Juany, un ventoso 13 de marzo de 1947, donde creció en el amor a las buenas costumbres, escuchando las historias de Barbera, disfrutando las funciones del cine natal, única diversión noble entre tanto bar, juego de azar y lidias de gallos, y jugando mucha pelota, primero en la manigua, hasta que ya de joven se anotó el gran sueño de debutar con el Vegueros en la XI Serie Nacional.
Aunque su influencia deportiva también le llegó de su tío Iso Osaba, de su vecino Landy Coro, hermano del mártir Comandante Ramón González, que no tuvo tiempo para la pelota, porque otros compromisos patrióticos exigieron de él. Pero tuvo sus otros ídolos locales, como René Melo, Nené el Vaquerito, Nené y Raúl Martínez, Felipito Álvarez, Borrego Álvarez, este último al igual que Landy, también jugador profesional de la liga americana…
Su historia se teje con los orígenes de gente del deporte como Primitivo Díaz y José Manuel Cortina, pero no como almidonada relatoría literaria, sino en el lenguaje de la gente de a pie, como es él, como es su familia. En su narrativa cobran cuerpo personajes reales, como Pepe el Guanajo, Goleta y otros que no están como Armando Carrejas y Barbera, ya conocido en nuestras páginas y al que el coterráneo Nilo Joo se empeña en hacerle un homenaje.
Y eso que en su hogar se respira aire intelectual, su esposa – principal colaboradora de sus trabajos académicos- Carmen Julia González, es profesora de Psicología en la Facultad de Cultura Física, al igual que su hija Ania Teresa, mientras que la otra descendiente, Nora Alina es licenciada en clarinete, integrante de la banda y la Orquesta de Conciertos de Pinar del Río, directora del trío Lecuona y profesora en la Escuela Provincial de Arte. Por supuesto, este trabajo no estaría completo si faltaran los nietos: Roberto Aramís, de ocho años, pelotero y tenista, y María Fernanda, de tres. Y, por supuesto, el yerno doctor Rafael Capote Sarmiento, intensivista del Hospital Abel Santamaría.
Desde pequeño le gustó escribir, en la escuela se recreaba en sus composiciones, aunque no sé como logra aislarse con su precolombina computadora de discos cinco y cuarto (aunque el Señor Pelotero lo hizo con una más vieja y ruidosa Underwood), para teclear tantas cuartillas, porque no es solo lo que ha hecho, sino lo que hace, a este último libro, prologado por el escritor Leonardo Padura, hay que sumarle una Pequeña Enciclopedia de la Cultura Física, de la Editorial Ciencia y Técnica que saldrá próximamente, más otro libro de la Casa Editorial Hermanos Loynaz, que está dedicado al equipo Vegueros de la oncena serie.
Martínez de Osaba es una persona muy locuaz, bonachona, hábil conversadora y que escribe con esa misma fluidez, por eso no es casual que en medio de su narrativa educativa, aparezcan pintorescas imágenes del bucólico Matahambre de su infancia, sobre los bares, los ríos de ron, riñas y peleas de gallos, que daban el matiz republicano de la época.
El ejemplo del hogar es notable, muestra es cuando estaba en sexto grado y una tarde, al sentirse solo, se le ocurrió escribir sobre el pizarrón: ¡Abajo Batista, Viva Fidel!, motivación escuchada en familia, pero que a nadie se le ocurriría pensar que el muchacho lo fuera a exteriorizar. Hoy todavía agradece a la conserje, con espejuelos de gruesos cristales –cuyo nombre no recuerda- haber mantenido el secreto, cuando los hombres de la Rural amanecieron en la escuela Ignacio Agramonte y a Nora, su mamá, casi la mata del susto.
Martínez de Osaba y Goenaga tiene otra característica, no es gente de escritorio, anda con su bicicleta y la maleta llena de papeles por la ciudad pinareña, lo mismo puedes encontrarlo en su segunda casa, la Peña Deportiva, que en el despalillo Niñita Valdés, donde ofrece sus animadas charlas, alegra los corazones y regala un poco de cultura y felicidad, mientras a cambio, quizás como única recompensa recoge inspiración para nuevos proyectos.
La diferencia es que Martínez de Osaba, quien clama por un jonrón, no pierde su corona en esta lid, sino que entra en el reinado de la literatura, victorioso y prometedor.
Memorias de un jugador de pelota que tiene tres grandes amores: la pelota, su pueblo y su familia, sobre el que preferimos una crónica, porque en una entrevista sería difícil doblegar su modestia y hubiéramos quedado sin conocer muchas cosas de su vida.
Es probable que pocas localidades cubanas hayan tenido un estadio primero que una iglesia y esa curiosidad histórica, quizás solo es explicable por la poca fe y el excesivo amor por el béisbol de los norteamericanos que se asentaron en Minas de Matahambre, cuando el siglo pasado solo había dado unos cortos pasos.
Del inusual acontecimiento conocimos en el más reciente libro titulado Nosotros los peloteros, del pinareño Juan Antonio Martínez de Osaba y Goenaga, quien ya nos tiene acostumbrado a su literatura beisbolera, y de cuya pícara narrativa, mezcla de historia y fantasía, salieron El Señor Pelotero, El Niño Linares, Cosas de la pelota (de Cooperstown a Las Minas), Evolución y desarrollo del deporte (Del siglo XIX hasta Sydney 2000), y Cultura Física y Deportes: Génesis, Evolución y Desarrollo. (Hasta la Inglaterra del siglo XIX).
Sin embargo, en esta larga crónica, hoy lo menos que nos interesan son sus libros, sino el autor, quien preferiría cambiar su reinado literario, magisterial y profesional por el de haber sido un buen “jonronero”, al estilo de Casanovas, Omar Linares, Antonio Muñoz o Cheíto Rodríguez…
Dicho con sus palabras, “regalo todas mis medallas, condecoraciones, premios y libros… y me conformaría con haber pegado unos cuantos jonrones en mi carrera deportiva, a la que penosamente pude agregar solo uno, un feliz día, allá en Sumidero, como un homenaje a Teté Millo, el simpático viñalero, nacionalizado minero, que curaba “ojos de pescao”.
A Juany Osaba, así de simple, poco le importan los títulos, Profesor Titular y miembro del Consejo Científico Asesor del Instituto Superior de Cultura Física Comandante Manuel Fajardo, colaborador de la Academia Olímpica de Cuba, ensayista y crítico, Premio Internacional Teobol e Ingeniero Alejo Peralta, México, 2003.
Sin embargo, ¡cómo saborea su Peña deportiva el segundo viernes de cada mes, a las cinco de la tarde, en la casa editorial Loynaz!, y con cuanto entusiasmo agradece el apoyo a su director Juan Ramón de la Portilla. Y qué amor pone en su Almanaque Deportivo, de Radio Guamá, aparte de la dedicación a las aulas en la Facultad de Cultura Física Nancy Uranga, de Pinar del Río.
La lógica de ambas pasiones está en su sangre: el espíritu de maestro heredado de su madre Nora Esther Goenaga Nodarse, educadora por excelencia, que supo inculcar valores en sus hijos Juan Antonio, el mayor, y los restantes Francisco José, mejor conocido por Panchy o El Catibo, otrora manager de Vegueros y hoy entrenador del equipo de Colón, en la República de Panamá, y Tito, - José Antonio -, el promotor cultural de la familia.
La pelota le llegó por su padre, también llamado Juan Antonio, quien con la dignidad de sus 85 años no pierde jamás un juego de pelota, quizás como remembranza de cuando en su natal Matahambre, además de pelotero y revolucionario, era oficinista de aquel emporio de la American Metals Company.
De aquella alianza de sangre cubana de Nora y de ascendencia italiana de Osaba, nació Juany, un ventoso 13 de marzo de 1947, donde creció en el amor a las buenas costumbres, escuchando las historias de Barbera, disfrutando las funciones del cine natal, única diversión noble entre tanto bar, juego de azar y lidias de gallos, y jugando mucha pelota, primero en la manigua, hasta que ya de joven se anotó el gran sueño de debutar con el Vegueros en la XI Serie Nacional.
Aunque su influencia deportiva también le llegó de su tío Iso Osaba, de su vecino Landy Coro, hermano del mártir Comandante Ramón González, que no tuvo tiempo para la pelota, porque otros compromisos patrióticos exigieron de él. Pero tuvo sus otros ídolos locales, como René Melo, Nené el Vaquerito, Nené y Raúl Martínez, Felipito Álvarez, Borrego Álvarez, este último al igual que Landy, también jugador profesional de la liga americana…
Cronista de lo cotidiano
En sus libros se pueden encontrar destacadísimas figuras del pasatiempo nacional cubano y de la Grandes Ligas de Estados Unidos, pero también podemos beber de la historia local pinareña, porque el esqueleto de su obra está formado por la gente del pueblo, con los hitos que hicieron tradición y leyenda, tratándose de Minas de Matahambre, lo mismo encuentras el nombre del entrañable Pelusa Marín, que la anécdota sobre el cura Manuel Zardúa y su predilección culinaria por los cangrejos, recurso que le permite introducir un curioso hecho ocurrido en un juego de pelota.
Su historia se teje con los orígenes de gente del deporte como Primitivo Díaz y José Manuel Cortina, pero no como almidonada relatoría literaria, sino en el lenguaje de la gente de a pie, como es él, como es su familia. En su narrativa cobran cuerpo personajes reales, como Pepe el Guanajo, Goleta y otros que no están como Armando Carrejas y Barbera, ya conocido en nuestras páginas y al que el coterráneo Nilo Joo se empeña en hacerle un homenaje.
Y eso que en su hogar se respira aire intelectual, su esposa – principal colaboradora de sus trabajos académicos- Carmen Julia González, es profesora de Psicología en la Facultad de Cultura Física, al igual que su hija Ania Teresa, mientras que la otra descendiente, Nora Alina es licenciada en clarinete, integrante de la banda y la Orquesta de Conciertos de Pinar del Río, directora del trío Lecuona y profesora en la Escuela Provincial de Arte. Por supuesto, este trabajo no estaría completo si faltaran los nietos: Roberto Aramís, de ocho años, pelotero y tenista, y María Fernanda, de tres. Y, por supuesto, el yerno doctor Rafael Capote Sarmiento, intensivista del Hospital Abel Santamaría.
Desde pequeño le gustó escribir, en la escuela se recreaba en sus composiciones, aunque no sé como logra aislarse con su precolombina computadora de discos cinco y cuarto (aunque el Señor Pelotero lo hizo con una más vieja y ruidosa Underwood), para teclear tantas cuartillas, porque no es solo lo que ha hecho, sino lo que hace, a este último libro, prologado por el escritor Leonardo Padura, hay que sumarle una Pequeña Enciclopedia de la Cultura Física, de la Editorial Ciencia y Técnica que saldrá próximamente, más otro libro de la Casa Editorial Hermanos Loynaz, que está dedicado al equipo Vegueros de la oncena serie.
Martínez de Osaba es una persona muy locuaz, bonachona, hábil conversadora y que escribe con esa misma fluidez, por eso no es casual que en medio de su narrativa educativa, aparezcan pintorescas imágenes del bucólico Matahambre de su infancia, sobre los bares, los ríos de ron, riñas y peleas de gallos, que daban el matiz republicano de la época.
El ejemplo del hogar es notable, muestra es cuando estaba en sexto grado y una tarde, al sentirse solo, se le ocurrió escribir sobre el pizarrón: ¡Abajo Batista, Viva Fidel!, motivación escuchada en familia, pero que a nadie se le ocurriría pensar que el muchacho lo fuera a exteriorizar. Hoy todavía agradece a la conserje, con espejuelos de gruesos cristales –cuyo nombre no recuerda- haber mantenido el secreto, cuando los hombres de la Rural amanecieron en la escuela Ignacio Agramonte y a Nora, su mamá, casi la mata del susto.
Martínez de Osaba y Goenaga tiene otra característica, no es gente de escritorio, anda con su bicicleta y la maleta llena de papeles por la ciudad pinareña, lo mismo puedes encontrarlo en su segunda casa, la Peña Deportiva, que en el despalillo Niñita Valdés, donde ofrece sus animadas charlas, alegra los corazones y regala un poco de cultura y felicidad, mientras a cambio, quizás como única recompensa recoge inspiración para nuevos proyectos.
Epílogo
Es el 22 de agosto de 1845, cuando se enfrentan en los campos de Bosworth, los ejércitos de Ricardo III y Enrique Tudor, y el Rey combate contra Richmond; se siente solo y a pie, y ante la inminente muerte exclama: “! Un caballo!, ¡Un caballo!. ¡Mi reino por un caballo!.
La diferencia es que Martínez de Osaba, quien clama por un jonrón, no pierde su corona en esta lid, sino que entra en el reinado de la literatura, victorioso y prometedor.
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