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Matahambre: weblog de Ramón Brizuela Roque

Un constructor de fantasías

Un constructor de fantasías

 

Francisco Cruz Pérez, el hijo del herrero, comenzó el primer grado y se graduó en segundo… me comenta en tono confidencial y sonrisa maliciosa, para sentenciar inmediatamente “cuando ya tenía 15 o 16 años.”

“Ah, pero en cuentas, en cuentas nadie en mi clase me daba alante y después, en los años más cercanos, yo me ponía con los muchachos de noveno grado de ahora y les daba raya”

Allá, en el entronque de Herradura, en modesto, pero honrado hogar, comparte con su amor, la septuagenaria Gregoria Hernández y con Julio, el hijo menor.

Cuando repasamos la historia aparecen otros cuatro hijos, una de ellas hembra, y una prole de siete nietos y dos biznietos, de los que ninguno ha tenido vocación por el entretenimiento de hacer juguetes.

“A veces les decía algo y se ponían… al rato lo dejaban, no tienen interés”. Pero eso no parece preocuparle, como tampoco su padre insistía que de niño trabajara, porque el viejo sabía ganarse los quilos y realmente no eran de los que mal vivían.  

Esto es historia antigua para Francisco, de cuando los primeros años de su vida los pasaba en Corralito, Consolación del Sur.

“Cuando muchacho nos fabricábamos los juguetes nosotros mismos, hacíamos un carro con cuatro latas de puré de tomate como ruedas… el viejo a veces nos hacía algo, pero la verdad es que teníamos poco tiempo para jugar.”

Este hombre es una persona conversadora, hecha con la materia prima de la honestidad y la sencillez, que a veces desconoce el valor de lo que hace, no se siente un artista, sino un hacedor de cosas y lo mismo en la carpintería como en la chapistería, no tiene una predilección especial.

No es un rey Midas, porque no convierte en oro las cosas, ni necesita oro tampoco para hacer: cualquier trozo de madera bruta cobra vida en sus manos, y como si tuviera una Conciencia, al igual que Pinocho, este Geppetto pinareño humaniza la madera, lo avalan 60 años como carpintero.

Aunque su jubilación no le llego desde ese oficio, sino desde el de mecánico industrial en la Empresa de Semillas Varias.

Su didactismo es increíble, porque más allá de los libros encontró el saber en la observación de los fenómenos y las cosas. “Yo no estudié Física, pero de muchacho había un viejo en el barrio que tenía un molino de viento que movía dos piladoras (peladoras) de arroz y yo las miraba y miraba como funcionaban,

“Así fui viendo como se movían las cosas, como andaban y cuando voy a construir algo me lo imagino primero y pienso cómo se va a mover… yo había dejado esto un poco, pero en 1970 lo retomé.

“Lo primero que hice grande en aquel entonces fue el baile, ahí están las parejas, la orquesta con su director, el pianista, el timbalero, el de las maracas… y se van movimiento en la medida que le doy a las teclas.

“Mira, cuando yo estaba en la escuela tenía una pizarra, eso un mural, donde colgaba – en miniatura- los instrumentos de trabajo del campesino: la rastra, el arado, el rastrillo, el peine, el yugo y cada vez que iban inspectores a la escuela, primero pasaban por allí.”

 

La madera y el amor como materia prima

 

Sus juguetes no tienen el colorido de la industria china, ni son ingenios electrónicos de la japonesa, no pretenden deslumbrar como los norteamericanos, ni el principio educativo de los españoles, sencillamente son obras de la cultura popular tallados sin gubias, donde falta el trazo uniforme por el desconocimiento de la geometría académica, todo sale del más sensible empirismo, a veces sin pulir, pálidos los colores, pero tienen el encanto de que no son para comercializar.  “jamás he fabricado un juguete por dinero.”

“Si, he expuesto mis cosas en ferias de arte popular, en la casa de Cultura de Pinar del Río, en Sandino, en Ciego de Ávila, pero eso era cuando Pelegrín era el jefe de nosotros.

“En Ciego de Ávila una asesora jurídica habló conmigo, porque le gustó mucho una vallita de gallos peleando que llevé, Pelegrín también me lo dijo y le contesté: Dile que cuando recojamos, la valla es de ella…!” Esa valla esta puesta en la Casa de las Américas, en La Habana.

“Después hice otra vallita, los gallos hasta tenían plumas y se la di a Pelegrín, ahora estoy embullado a terminar otra. Tengo esto desordenado –perdone usted el reguero- pero los voy a recoger y limpiar, porque el otro día vinieron los de la televisión con sus aparatos y ahora usted.

“Ya la atención de este arte no es buena, parece que a nadie le interesa, fíjese que nos mandaron un cheque como premio y venía con errores, cuando lo devolvieron y fui a cobrarlo, el de banco me dijo: viejo, si eso esta vencido desde hace un mes.”

 

El niño que lleva dentro

 

Los juguetes son parte de la primera expresión vocacional de individuo, porque además de jugar, lo que equivale a entretener, también educan, despiertan el interés por las profesiones y por los oficios.

Francisco evidentemente es un hombre de paz, en su juguetería artesanal no hay armas, ni pistolas, revólveres ni cañones; sí manifestaciones deportivas: con sus boxeadores, corredores y jugadores de pelota; culturales, como el artista circense, la bailarina que desafía la física desde la tapa de una botella, el salón de baile con sus parejas y músicos; laborales, como el trapiche azucarero donde no faltan ni el mayoral y el esclavo, las cañas regadas por el suelo y la carreta como testigo del lamento de los bueyes.

Pero igualmente vimos un interés por lo patriótico, como el mambí y la abanderada que eleva el brazo con la enseña nacional y el busto de Che a medio terminar… así es este mundo de imaginería.

Todo esto es la expresión del niño que lleva dentro, aún a sus 79 años.

A veces uno piensa, ¿a ninguna industria local artesanal le interesaría reproducir estos juguetes? Porque lo hay muy simples que se harían de recortes y probablemente pudieran comercializarse a precios más parecidos al salario del obrero, en el Parque de Pioneros o en las actividades propias de los niños.

Como reza un refrán: “Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad.”

El juego y los juguetes son muy necesarios para el desarrollo de todos los menores, incluidos aquellos que tienen algún tipo de discapacidad visual, auditiva, motora e intelectual

 

 

 

 

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